Debido a una serie de circunstancias, un huevo de águila fue a parar a un rincón del granero donde una gallina empollaba sus huevos. Y así fue como el pequeño aguilucho fue incubado con los polluelos.
Pasado algún tiempo, el aguilucho, inexplicablemente, empezó a sentir deseos de volar. De modo que le preguntó a mamá gallina: "¿Cuándo voy a aprender a volar?"
La pobre gallina era perfectamente consciente de que ella no podía volar ni tenía la más ligera idea de lo que otras aves hacían para adiestrar a sus crías en el arte del vuelo. Pero, como le daba vergüenza reconocer su incapacidad, respondió evasivamente. "Todavía es pronto, hijo mío. Ya te enseñaré cuando llegue el momento".
Pasaron los meses, y el joven aguilucho empezó a sospechar que su madre no sabía volar. Pero no fue capaz de escapar y volar por su cuenta, porque su intenso deseo de volar se había mezclado con el sentimiento de agradecimiento que experimentaba hacia el ave que la había incubado.
Pasado algún tiempo, el aguilucho, inexplicablemente, empezó a sentir deseos de volar. De modo que le preguntó a mamá gallina: "¿Cuándo voy a aprender a volar?"
La pobre gallina era perfectamente consciente de que ella no podía volar ni tenía la más ligera idea de lo que otras aves hacían para adiestrar a sus crías en el arte del vuelo. Pero, como le daba vergüenza reconocer su incapacidad, respondió evasivamente. "Todavía es pronto, hijo mío. Ya te enseñaré cuando llegue el momento".
Pasaron los meses, y el joven aguilucho empezó a sospechar que su madre no sabía volar. Pero no fue capaz de escapar y volar por su cuenta, porque su intenso deseo de volar se había mezclado con el sentimiento de agradecimiento que experimentaba hacia el ave que la había incubado.
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