Un ciempiés consultó a una lechuza acerca de un dolor que sentía en las patas.
La lechuza le dijo: "¡Tienes demasiadas patas! Si te convirtieras en un ratón, sólo tendrías cuatro patas... y una vigésima parte del dolor."
"Esa es una gran idea", dijo el ciempiés. "Pero ahora dime cómo puedo convertirme en un ratón."
"¡Hombre, no me molestes con detalles de simple ejecución!", dijo la lechuza. "Yo sólo estoy aquí para establecer la política a seguir."
Allá por los años treinta, una empresa norteamericana envió una máquina a un cliente del Japón.
Un mes más tarde, la empresa recibió un cable: "Máquina no funciona. Envíen alguien repararla."
La empresa envió a un experto al Japón. Pero, antes de que tuviera la oportunidad de examinar la máquina, la empresa americana recibió un segundo cable: "Hombre demasiado joven. Envíen hombre mayor."
Y la respuesta de la empresa fue: "Preferible sírvanse de él. Él inventó máquina."
Un enorme camión, debido a su excesiva altura, había quedado inmovilizado en un paso inferior por encima del cual pasaba la vía férrea. Todos los esfuerzos de los "expertos" por sacarlo de allí habían sido inútiles, y el tráfico había quedado detenido a ambos lados del lugar en cuestión, formándose un atasco monumental.
Había allí un muchacho que intentaba a toda costa llamar la atención del que parecía dirigir la maniobra, pero este le rechazaba una y otra vez. Al fin, completamente exasperado, el individuo aquel le espetó: "Supongo que quieres decirnos cómo tenemos que hacer este trabajo, ¿no es así?
"Sí", respondió el muchacho. "Les sugiero que quiten un poco de aire a los neumáticos."
En la mente de los profanos
hay muchas posibilidades.
En la de los expertos, muy pocas.
En cierta ocasión, una mujer acudió al rabino Israel y le hizo saber su secreta aflicción: llevaba veinte años casada y no había tenido ningún hijo. "¡Qué casualidad!", dijo el rabino. "Exactamente lo mismo le ocurrió a mi madre." Y le contó la siguiente historia:
Durante veinte años, su madre no había tenido ningún hijo. Un día se enteró de que el santo Baal Sem Tob se hallaba en la ciudad, de modo que le faltó tiempo para ir a la casa donde se alojaba y suplicarle que rezara por ella para que pudiera tener un hijo. "¿Qué estás dispuesta a hacer al respecto?", le preguntó el santo varón. "¿Qué puedo hacer?", replicó ella. "Mi marido es un pobre librero, pero yo sí tengo algo que puedo ofrecerle al rabino." Y dicho esto, salió corriendo hacia su casa, sacó una "katinka" del arca donde había estado celosamente guardada y regresó corriendo a ofrecérsela al rabino. "La "katinka", como todo el mundo sabe, es una esclavina que lleva la novia el día de su boda, una preciosa reliquia de familia transmitida de generación en generación). Cuando la mujer llegó, el rabino ya se había marchado a otra ciudad, de modo que ella le siguió. Pero, como era pobre tuvo que ir andando y, al llegar, el rabino también había abandonado aquella ciudad. Seis semanas estuvo siguiéndole de ciudad en ciudad, hasta que, finalmente, logró alcanzarlo. El rabino tomó la "katinka" y se la donó a la sinagoga del lugar.
El rabino Israel concluyó: "Mi madre regresó andando de nuevo hasta su casa, y un año después nací yo."
"¡Qué casualidad, verdaderamente!", exclamó la mujer. "Yo también tengo en casa una "katinka". Voy a traértela inmediatamente y, si tú se la regalas a la sinagoga, Dios me concederá un hijo."
"¡Ah, no, querida!", dijo apenado el rabino. "No funcionará. Hay una diferencia entre mi madre y tú, y es que tú has oído su historia, mientras que ella no tenía un guión que seguir."
Cuando un santo ha empleado una escalera,
esta se desecha y no puede ser usada de nuevo.
Érase una vez un rabino a quien la gente tenía por un hombre de Dios. No pasaba un día en el que no acudiera a su puerta una multitud de personas en busca de consejo, de curación o de una simple bendición de aquel santo varón. Y cada vez que el rabino hablaba, la gente le escuchaba absorta, como bebiendo cada una de sus palabras.
Pero había entre sus oyentes un desagradable individuo que no perdía ocasión de contradecir al Maestro. Había observado los puntos débiles del rabino y se burlaba de sus defectos, para consternación de los discípulos, que empezaron a mirarle como si fuera la encarnación del diablo.
Un día, el "diablo" cayó enfermo y, al poco tiempo, falleció. Y todo el mundo respiró aliviado. Externamente reflejaban la debida compunción, pero en sus corazones estaban contentos, porque las inspiradas palabras del Maestro ya no serían interrumpidas, ni sus soflamas serían criticadas por tan irrespetuoso hereje.
Por eso la gente estaba sorprendida al ver al Maestro auténticamente compungido durante el funeral. Cuando más tarde, un discípulo le preguntó si estaba entristecido por la condenación eterna del difunto, él respondió: "No, en absoluto. ¿Por que iba a entristecerme por nuestro amigo, si sé que está en el cielo? Por quien estaba afligido era por mí mismo. Ese hombre era el único amigo que tenía. Estoy rodeado de personas que me veneran, pero él era el único que hablaba en mi contra. Y me temo que, desaparecido él, voy a dejar de crecer." Dicho lo cual, el Maestro rompió a llorar.
Un recluta recibió la orden de hacer guardia a la entrada del campamento, y se le dieron instrucciones en el sentido de que no permitiera pasar a ningún coche que no llevara una determinada banderola.
Así fue como detuvo a un coche en el que viajaba un general, el cual ordenó a su conductor que hiciera caso omiso del centinela y siguiera adelante. Entonces el recluta se plantó en medio, fusil en mano, y dijo tranquilamente: "Usted perdone, señor, pero soy un novato. ¿Contra quién debo disparar: contra usted o contra el conductor?"
Conseguirás la grandeza
cuando prescindas de la dignidad
de los que están encima de ti
y hagas que los que están por debajo
prescindan de tu propia dignidad.
Cuando no seas arrogante con el humilde
ni humilde con el arrogante.
Para complacer a un funcionario, en cierta ocasión Abraham Lincoln firmó una orden de traslado de ciertos regimientos. El Secretario de la Guerra, Stanton, convencido de que el Presidente había cometido un grave error, se negó a cursar dicha orden. Y, por si fuera poco, añadió: "¡Lincoln está loco!"
Cuando se lo contaron a Lincoln, este dijo: "Si Stanton ha dicho que estoy loco, debo de estarlo, porque él tiene razón casi siempre. Tendré que ir con cuidado y estudiarlo detenidamente."
Y esto fue exactamente lo que hizo. Stanton le convenció de que la orden era un error, y Lincoln se apresuró a revocarla. Todo el mundo sabía que una parte de la grandeza de Lincoln residía en su manera de aceptar las críticas.
Un hombre muy rico decidió hacer realidad el sueño de toda su vida: dirigir una orquesta. Para ello contrató a un percusionista, a tres saxofonistas y a veinticuatro violinistas. En el primer ensayo dirigió tan penosamente que el percusionista sugirió a los demás músicos la idea de largarse todos. Pero uno de los saxofonistas dijo: "¿Y por qué marcharme, si nos paga estupendamente? Además, algo sabrá de música..."
En el siguiente ensayo, el director era sencillamente incapaz de llevar el ritmo. Con lo cual, el percusionista se puso a golpear los instrumentos con furia. El director golpeó el atril con su batuta para imponer silencio, miró ferozmente a los músicos y preguntó: "¿Quién ha sido?".
********
En cierta ocasión, un amigo le hizo saber al gerente de una orquesta que le encantaría tener un puesto en la misma. Y el gerente le replicó: "No tenía ni idea de que supieras tocar algún instrumento..."
"Y no sé hacerlo", le respondió su amigo, "pero he visto que tienes ahí a un tipo que no hace más que agitar una vara mientras los demás tocan. Creo que yo podría hacer ese trabajo..."