Nistero el Grande, uno de los Santos Padres egipcios del Desierto, iba un día paseando en compañía de un gran número de discípulos, que le veneraban como a un hombre de Dios.
De pronto, apareció entre ellos un dragón, y todos salieron corriendo.
Muchos años más tarde, cuando Nistero yacía agonizante, uno de los discípulos le dijo: "Padre, ¿también vos os asustasteis el día que vimos el dragón?"
"No", respondió Nistero.
"Entonces, ¿por qué salisteis corriendo como todos?"
"Pensé que era mejor huir del dragón para no tener que huir, más tarde, del espíritu de vanidad".
De pronto, apareció entre ellos un dragón, y todos salieron corriendo.
Muchos años más tarde, cuando Nistero yacía agonizante, uno de los discípulos le dijo: "Padre, ¿también vos os asustasteis el día que vimos el dragón?"
"No", respondió Nistero.
"Entonces, ¿por qué salisteis corriendo como todos?"
"Pensé que era mejor huir del dragón para no tener que huir, más tarde, del espíritu de vanidad".
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