Cuando el desierto egipcio era la morada de aquellos santos varones conocidos como los "Padres del Desierto", una mujer que padecía un cáncer de mama acudió a buscar a uno de ellos, un tal Abad Longinos, que tenía fama de santo y taumaturgo.
Y estando la mujer paseando junto al mar, se encontró con Longinos en persona, que estaba recogiendo leña. Y ella, que no le conocía, le dijo: "Santo padre, ¿podría usted decirme dónde vive el siervo de Dios Longinos?"
Y Longinos le replicó: "Para qué buscas a ese viejo farsante? No vayas a verlo, porque lo único que te hará será daño. ¿Qué es lo que te ocurre?"
Ella le contó lo que le sucedía y, acto seguido, él le dio su bendición y la despidió diciendo: "Ahora vete, y ten la seguridad de que Dios te devolverá la salud. Longinos no te habría sido de ninguna utilidad".
La mujer se marchó, confiando en que había quedado curada -como así sucedió, antes de que transcurriera un mes-, y murió muchos años más tarde, completamente ignorante de que había sido Longinos quien la había curado.
Y estando la mujer paseando junto al mar, se encontró con Longinos en persona, que estaba recogiendo leña. Y ella, que no le conocía, le dijo: "Santo padre, ¿podría usted decirme dónde vive el siervo de Dios Longinos?"
Y Longinos le replicó: "Para qué buscas a ese viejo farsante? No vayas a verlo, porque lo único que te hará será daño. ¿Qué es lo que te ocurre?"
Ella le contó lo que le sucedía y, acto seguido, él le dio su bendición y la despidió diciendo: "Ahora vete, y ten la seguridad de que Dios te devolverá la salud. Longinos no te habría sido de ninguna utilidad".
La mujer se marchó, confiando en que había quedado curada -como así sucedió, antes de que transcurriera un mes-, y murió muchos años más tarde, completamente ignorante de que había sido Longinos quien la había curado.
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