Las personas verdaderamente religiosas
observan la Ley.
Pero ni la temen
ni la reverencian
ni la absolutizan
ni la magnifican desproporcionalmente...
El Señor Smith había asesinado a su esposa, y la defensa alegó enajenación mental transitoria. El acusado se encontraba declarando, y su abogado le pidió que describiera cómo había sido el crimen.
"Señor juez", dijo él, "yo soy un hombre tranquilo y ordenado que vive en paz con todo el mundo. Todos los días me levanto a las siete, desayuno a las siete y media, comienzo mi trabajo a las nueve, lo dejo a las cinco de la tarde, llego a casa a las seis, encuentro la cena en la mesa, ceno, leo el periódico, miro la televisión y me voy a la cama. Así he vivido hasta el día de marras..."
Al llegar a este punto, su respiración se aceleró y un brillo de cólera asomó en sus ojos.
"Prosiga", dijo tranquilamente el abogado. "Cuente a este tribunal lo que sucedió".
"Aquel día me desperté a las siete, como de costumbre; desayuné a las siete y media, comencé mi trabajo a las nueve, lo dejé a las cinco de la tarde, llegué a casa a las seis y descubrí, consternado, que la cena no estaba en la mesa. Tampoco había rastro de mi mujer. De modo que busqué por toda la casa y la encontré en la cama con un extraño. Entonces le disparé".
"Describa lo que sintió en el momento en que la mataba", dijo el abogado, visiblemente interesado en subrayar este punto.
"Yo estaba inconteniblemente furioso. Sencillamente, me había vuelto loco. ¡Señor juez, damas y caballeros del jurado", gritó, a la vez que golpeaba con su puño el brazo del sillón, "cuando yo llego a casa a las seis de la tarde, exijo terminantemente que la cena esté en la mesa!"
observan la Ley.
Pero ni la temen
ni la reverencian
ni la absolutizan
ni la magnifican desproporcionalmente...
El Señor Smith había asesinado a su esposa, y la defensa alegó enajenación mental transitoria. El acusado se encontraba declarando, y su abogado le pidió que describiera cómo había sido el crimen.
"Señor juez", dijo él, "yo soy un hombre tranquilo y ordenado que vive en paz con todo el mundo. Todos los días me levanto a las siete, desayuno a las siete y media, comienzo mi trabajo a las nueve, lo dejo a las cinco de la tarde, llego a casa a las seis, encuentro la cena en la mesa, ceno, leo el periódico, miro la televisión y me voy a la cama. Así he vivido hasta el día de marras..."
Al llegar a este punto, su respiración se aceleró y un brillo de cólera asomó en sus ojos.
"Prosiga", dijo tranquilamente el abogado. "Cuente a este tribunal lo que sucedió".
"Aquel día me desperté a las siete, como de costumbre; desayuné a las siete y media, comencé mi trabajo a las nueve, lo dejé a las cinco de la tarde, llegué a casa a las seis y descubrí, consternado, que la cena no estaba en la mesa. Tampoco había rastro de mi mujer. De modo que busqué por toda la casa y la encontré en la cama con un extraño. Entonces le disparé".
"Describa lo que sintió en el momento en que la mataba", dijo el abogado, visiblemente interesado en subrayar este punto.
"Yo estaba inconteniblemente furioso. Sencillamente, me había vuelto loco. ¡Señor juez, damas y caballeros del jurado", gritó, a la vez que golpeaba con su puño el brazo del sillón, "cuando yo llego a casa a las seis de la tarde, exijo terminantemente que la cena esté en la mesa!"
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