lunes, 14 de abril de 2014

LA ORACIÓN DE LA RANA 93.

              El predicador estaba aquel día más elocuente que de costumbre, y todos, lo que se dice todos, soltaron la lágrima. Bueno, no exactamente todos, porque en el primer banco estaba sentado un caballero con la mirada fija en un punto delante de sí, totalmente insensible al sermón.

              Concluido el servicio, alguien le dijo: "Ha escuchado usted el sermón, ¿no es cierto?

              "Por supuesto", respondió glacialmente el caballero. "No estoy sordo".

              "¿Y qué le ha parecido?"

              "Tan emocionante que daban ganas de llorar".

              "¿Y por qué, si me permite preguntárselo, no ha llorado usted?"

              "Porque no soy de esta parroquia".
     

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