Un viejo marinero dejó de fumar cuando vio que su loro tosía cada vez más. Tenía miedo de que el humo de su pipa, que casi siempre llenaba la habitación, fuera perjudicial para la salud de su loro.
Luego hizo que un veterinario examinara al animal. Y, tras un concienzudo reconocimiento, el veterinario llegó a la conclusión de que el loro no padecía de psitacosis ni de pneumonía. Sencillamente, imitaba la tos del fumador empedernido que era su dueño.
Luego hizo que un veterinario examinara al animal. Y, tras un concienzudo reconocimiento, el veterinario llegó a la conclusión de que el loro no padecía de psitacosis ni de pneumonía. Sencillamente, imitaba la tos del fumador empedernido que era su dueño.
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