Correteando por la calle, un pequeño rapaz, al dar la vuelta a una esquina, chocó inesperadamente con un hombre. "¡Santo cielo!", dijo el hombre, "¿adónde vas con tanta prisa?"
"A casa", respondió el muchacho. "Llevo prisa, porque mi madre me va a sacudir."
"¿Y tantas ganas tienes de que te sacudan que vas corriendo de esa manera?", le preguntó asombrado el otro.
"No. Pero, si mi padre llega a casa antes que yo, será él quien me atice."
Los niños son como espejos:
en presencia del amor,
es amor lo que reflejan;
cuando el amor está ausente,
no tienen nada que reflejar.
"A casa", respondió el muchacho. "Llevo prisa, porque mi madre me va a sacudir."
"¿Y tantas ganas tienes de que te sacudan que vas corriendo de esa manera?", le preguntó asombrado el otro.
"No. Pero, si mi padre llega a casa antes que yo, será él quien me atice."
Los niños son como espejos:
en presencia del amor,
es amor lo que reflejan;
cuando el amor está ausente,
no tienen nada que reflejar.
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