Desesperados, unos padres llamaron con urgencia al psicólogo infantil, porque, sencillamente, no sabían qué hacer con su hijo, que se había subido al caballo de madera de otro niño de la vecindad y se negaba terminantemente a bajar de él. Tenía en su casa tres caballos de madera, pero se había empeñado en que era precisamente aquél el que quería. Y todos los intentos por hacerle bajar del caballo le habían hecho gritar y berrear de tal manera que no hubo más remedio que desistir.
Lo primero que hizo el psicólogo fue establecer sus honorarios. Luego fue adonde estaba el niño, le pasó cariñosalmente la mano por el pelo, se inclinó hacia él y, sonriendo, le susurró algo al oído. Al instante, el niño se bajó del caballo y se fue dócilmente a casa con sus padres.
"¿Qué clase de magia ha empleado usted con el niño?", le preguntaron al psicólogo los asombrados padres. El psicólogo se guardó en el bolsillo sus honorarios y dijo: "Sencillamente, me he inclinado hacia él y le he dicho: "Si no te bajas inmediatamente de ese caballo, te voy a pegar tal paliza que no vas a poder sentarte en una semana." Supongo que era para esto para lo que me han pagado."
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