La mayoría de las veces, los defectos que vemos en los demás son nuestros propios defectos.
"Perdone, señor", dijo un tímido estudiante, "pero no he sido capaz de descifrar lo que me escribió usted al margen en mi último examen..."
"Le decía que escribiera usted de un modo más legible", le replicó el profesor.
"Querido", le dijo una mujer a su marido durante una fiesta, "sería mejor que no bebieras más. Ya estás empezando a parecer borroso."
Un amigo le pidió a Nasrudin que le prestara una suma de dinero. Nasrudin estaba convencido de que el otro no se lo devolvería, pero, como no quería ofender a su amigo, y además se trataba de una pequeña suma, accedió a hacerle el préstamo. Y, para su sorpresa, justamente una semana después de prestárselo, el amigo le devolvió el dinero.
Un mes más tarde, volvió a pedirle prestado, aunque esta vez se trataba de una suma mayor. Nasrudin se negó en redondo y, cuando el otro le preguntó el porqué, le dijo: "La otra vez no esperaba que me devolvieras el dinero, y me lo devolviste; esta vez espero que me lo devuelvas, y no voy a permitir que me engañes de nuevo.
La mayoría de las veces vemos a los demás con los anteojos de nuestras ideas preconcebidas.
El jefe: "Parece usted exhausta. ¿Qué le ha sucedido?"
La secretaria: "Bueno... No, será mejor que no se lo diga. No me creería usted..."
"¡Por supuesto que la creeré!"
"No, usted no me creería. Sé que no podría creerme..."
"Le aseguro que la voy a creer. ¡Se lo prometo!"
"En fin, se lo diré: hoy he trabajado demasiado."
"¡No lo creo!"
Samuel estaba muy triste, y no era para menos: su casero le había mandado dejar el piso, y no tenía adónde ir. De pronto se le ocurrió: ¡podría vivir con su buen amigo Moisés! La idea le proporcionó a Samuel un gran consuelo, hasta que le asaltó otro pensamiento: "¿Qué te hace estar tan seguro de que Moisés te va a dar cobijo en su casas?" "¿Y por qué no?", se respondió el propio Samuel indignado. "A fin de cuentas, fui yo quien le proporcionó la casa en la que ahora vive, y fui también yo quien le adelantó el dinero para pagar la renta de los primeros seis meses. Lo menos que puede hacer es darme alojamiento durante una o dos semanas, mientras estoy en apuros..."
Y así quedó la cosa hasta que, después de cenar, le asaltó de nuevo la duda: "Suponte que se negara..." "¿Negarse?", se respondió él mismo. "¿Y por qué, si puede saberse, habría de negarse?
Ese hombre me debe todo cuanto tiene: fui yo quien le proporcionó el trabajo que ahora tiene; y fui yo quien le presentó a su encantadora mujer, que le ha dado esos tres hijos de los que él se siente tan orgulloso. ¿Y ese hombre va a negarme una habitación durante una semana? ¡Imposible!
Y así quedó de nuevo la cosa hasta que, una vez en la cama, comprobó que no podía dormir, porque nuevamente le entró la duda: "Pero suponte -no es más que una suposición- que él llegara a negarse. ¿Qué pasaría?" Aquello fue ya demasiado para Samuel: "Pero ¿cómo demonios va a poder negarse?", se gritó a sí mismo, casi fuera de sí. "Si ese hombre está vivo, es gracias a mí: yo lo salvé de morir ahogado cuando era un niño. ¿Y va a ser ahora tan desgraciado como para dejarme en la calle en pleno invierno?
Pero la duda seguía carcomiéndole: "Suponte..." El pobre Samuel se debatió mientras pudo. Finalmente, hacia las dos de la mañana, saltó de la cama, se fue a casa de Moisés, medio dormido, abrió la puerta y exclamó asombrado: "¡Samuel! ¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche?" Pero para entonces estaba Samuel tan enojado que no pudo impedir de gritar: "¡Te diré lo que hago aquí a estas horas de la noche! ¡Si piensas que voy a pedirte que me admitas en tu casa ni siquiera un solo día, estás muy equivocado! ¡No quiero tener nada que ver contigo, ni con tu casa, ni con tu mujer, ni con tu condenada familia! ¡A la mierda con todos vosotros!" Y, dicho esto, dio media vuelta, pegó un portazo y se marchó.
Una mujer recibía clases de canto, y tenía una voz tan chillona y desapacible que un vecino, no pudiendo soportarlo más, consiguió armarse de valor, llamó a su puerta y, cuando ella salió, le dijo: 2¿Señora, si no deja usted de cantar, creo que voy a volverme loco!"
"¿De qué está usted hablando?", dijo la mujer. "¡Dejé de cantar hace dos horas!"
¡Cuánto lo siento! No eres tú con quien me relaciono, sino con una imagen que tengo en mi mente.
Una mujer se quejaba ante una amiga que había ido a verla de los desaliñada y poco cuidadosa que era una vecina suya. "¡Tendrías que ver cómo lleva de sucios a los niños... y cómo tiene la casa! Es una auténtica desgracia tener que vivir con semejante vecindario... Echa una mirada a la ropa que tiene tendida en el patio: fíjate en las manchas negras que tienen esas sábanas y esas toallas..."
La amiga se acercó a la ventana, miró hacia afuera y dijo: "A mí me parece que esa ropa está perfectamente limpia, querida. Lo que tiene manchas son tus cristales."
Con demasiada frecuencia, vemos a las personas no como ellas son, sino como somos nosotros.
Una joven y activa mujer manifestaba unos inequívocos síntomas de "stress" y de excesiva tensión. El médico le recetó unos tranquilizantes y le dijo que volviera al cabo de dos semanas.
Cuando volvió, el médico le preguntó si había experimentado algún cambio. Y ella respondió, "No, ninguno. Pero sí he observado que los demás parecen bastante más relajados".
La forma más segura de acabar con una relación: insistir en que las cosas se hagan a nuestro modo.
Johnny, un fuerte y robusto niño de tres años, hizo amistad con una enorme cabra llamada "Billy" que vivía en la casa de al lado. Todas las mañanas, Johnny recogía hierba y lechugas y se las daba a Billy para desayunar. Su amistad llegó a ser tan profunda que Johnny se pasaba las horas muertas en la agradable compañía de Billy.
Un día se le ocurrió a Johnny que un cambio de dieta le vendría bien a Billy. De modo que decidió llevarle berros, en lugar de lechuga. Billy mordisqueó los berros, decidió que no los quería y mostró ostensiblemente su rechazo. Johnny agarró entonces a Billy por uno de los cuernos y trató de obligarle a comer los berros. Billy se defendía embistiendo a Johnny, primero suavemente, y luego, ante la insistencia del niño, con tremenda energía, hasta el punto de que Johnny dio un traspié y cayó hacia atrás, golpeándose fuertemente en la espalda.
Johnny se sintió tan ofendido que, tras sacudirse la ropa, lanzó una feroz mirada a Billy y se largó, para nunca más volver. Algunos días más tarde, cuando su padre le preguntó por qué no pasaba ya por la casa de al lado para estar con Billy, Johnny respondió: "Porque me ha rechazado."
La mujer de Nasrudin deseaba tener un animal doméstico que le hiciera compañía, de modo que se compró un mono.
A Nasrudin no le gustó demasiado. "¿Qué le vas a dar de comer?", preguntó.
"Exactamente lo mismo que comamos nosotros", respondió la mujer.
"¿Y dónde va a dormir?"
"Con nosotros, en nuestra misma cama."
"¿Con nosotros? ¿Y qué pasa con el olor?"
"Si yo puedo soportarlo, supongo que el mono también podrá".
...y casi nunca hablamos acerca de lo mismo...
"Querido", dijo la mujer, "siento verdadera vergüenza de cómo vivimos. Mi padre nos paga la renta de la casa; mi hermano nos manda comida y dinero para ropa; mi tío nos paga las facturas del agua y de la luz; y nuestros amigos nos regalan entradas para el teatro. La verdad es que no me quejo, pero sí creo que podríamos hacerlo mejor..."
"Naturalmente que podemos", dijo el marido.
"Precisamente llevo unos días pensando en ello: tienes un hermano y dos tíos que no nos dan ni un céntimo."
...¿o sí?
La perfecta escucha consiste en escuchar no tanto a los demás cuanto a uno mismo. La perfecta visión consiste en mirar no tanto a los demás cuanto a uno mismo.
Porque nunca comprenderán a a los demás quienes no se han escuchado a sí mismos; ni podrán ver la realidad de los demás quienes no se han explorado a sí mismos. El perfecto oyente te escucha aunque no digas nada.
La mujer al marido, absorto en el periódico: "No necesitas tomarte la molestia de seguir gruñendo: "sí, querida", "no, querida". Hace diez minutos que he dejado de hablar."
...Pero por desgracia, frecuentemente ni siquiera oímos lo que el otro está diciendo...
Una pareja celebraba sus bodas de oro, y estuvieron todo el día de la fiesta, celebrándolo con cantidad de familiares y amigos que acudieron a felicitarles. Por eso se sintieron aliviados cuando, al anochecer, pudieron quedarse solos en el porche contemplando la puesta de sol y descansando del ajetreo de todo el día.
En un determinado momento, el anciano se quedó mirando afectuosamente a su mujer y le dijo: "Querida, estoy orgulloso de ti."
"¿Qué has dicho?", preguntó la anciana. "Ya sabes que soy un poco dura de oído. Habla más alto."
"¡Estoy orgulloso de ti!"
"Me parece muy lógico", dijo ella con un gesto despectivo. "También yo estoy harta de ti".
...ni diéramos nuestra propia interpretación a las palabras del otro...
Un periodista estaba entrevistando a una señora que acababa de cumplir cien años. Ella parecía ser una persona extraordinariamente vivaz, encantada de recordar su pasado. Había conocido la época de las diligencias y la de los aviones supersónicos, y parecía dispuesta a describir toda su vida.
Cuando la entrevista hubo terminado, todavía parecía deseosa de seguir hablando, de modo que el periodista le hizo a bote pronto una pregunta para que la conversación no cesara: "¿Ha estado usted alguna vez en cama?"
"¡Oh, querido, claro que sí!", dijo ella ligeramente ruborizada, "docenas de veces. ¡E incluso dos veces en un pajar!"
...ni diéramos por supuesto que sabemos de lo que el otro está hablando...
El dueño de un almacén oyó cómo uno de sus dependientes le decía a una clienta: "No, señora, ya hace bastantes semanas que no la tenemos, y no parece que vayamos a tenerla en unos cuantos días..."
Horrorizado por lo que había oído, el dueño se precipitó hacia la clienta cuando ésta se disponía a salir, y le dijo: "Disculpe usted al dependiente, señora. Por supuesto que la tendremos muy pronto. De hecho, hemos cursado un pedido hace un par de semanas..."
Luego se llevó aparte al dependiente y le regañó: "¡Nunca jamás se le ocurra decir que no tenemos algo! ¡Si no lo tenemos, diga que lo hemos pedido y que lo estamos esperando! Y ahora dígame: ¿qué es lo que quería esa señora?"
"Lluvia", respondió el dependiente.
...Y no reaccionáramos en función de lo que suponemos que el otro ha dicho...
El borracho del pueblo, con un periódico en la mano, se acercó tambaleando al cura y le saludó con toda cortesía. El cura, un tanto molesto, ignoró su saludo, porque el tipo venía bastante "colocado".
Pero se había acercado a él con un propósito: "Usted perdone, padre", le dijo, "¿podría usted decirme qué es lo que produce la artritis?" El cura hizo como que no le oía.
Pero cuando el otro repitió la pregunta, el cura se volvió enojado hacia él y le gritó: "¡La bebida produce la artritis! ¡El juego produce la artritis! ¡El ir detrás de las mujeres produce la artritis! ¡Todo eso produce la artritis...!" Y sólo después de unos instantes, ya demasiado tarde, le inquirió: "¿Por qué me lo preguntas?"
"Porque aquí, en el periódico, dice que es lo que padece el Papa."
Había dos camiones pegados el uno al otro por su parte trasera, y un camionero, con un pie en cada camión, intentaba denodadamente mover un enorme cajón.
Pasó por allí otro individuo que, al ver la apurada situación del camionero, se ofreció voluntariamente a ayudarle. Al cabo de más de media hora de inútiles esfuerzos, ambos estaban sudorosos y de un humor de mil demonios.
"Me temo que es inútil", dijo el voluntario sin resuello. "¡Nunca conseguiremos sacarlo de este maldito camión!"
"¿Sacarlo?", bramó el camionero. "¡Santo Dios! ¡Yo no quiero sacarlo! ¡Quiero echarlo más adentro!"
...nos abstuviéramos de pretender saber de antemano de qué está hablando el otro...
Un muchacho de catorce años dijo durante la cena que le habían escogido para explicar la lección a sus compañeros de clase al día siguiente. Su padre, que era un experto en métodos de instrucción militar, aprovechó la ocasión para hacer que su hijo se beneficiara de su propia preparación y experiencia.
"Te diré cómo procedemos en el ejército, hijo", empezó diciendo. "Ante todo, nosotros escogemos los objetivos en función de la acción, la situación y el nivel de realización. Ahora bien, has de decidir de antemano qué ACCIÓN pretendes que realicen tus alumnos, en qué SITUACIÓN quieres que la realicen y, finalmente, con qué PERFECCIÓN deseas que la realicen. Recuerda siempre que toda educación debe estar orientada a la realización, realización y realización."
El muchacho no parecía estar muy impresionado. Lo único que dijo fue: "No funcionará, papá."
"¡Por supuesto que sí! ¡Siempre funciona! ¿Por qué no va a funcionar?"
"Porque tengo que dar una clase sobre sexualidad, dijo el muchacho.
...y qué es lo que el otro desea...
Cuando Calvin Coolidge era Presidente de los Estados Unidos, tenía que ver cada día a docenas de personas, la mayoría de las cuales le presentaban quejas de uno u otro tipo.
Un día, una de esas personas, concretamente un Gobernador, le dijo al Presidente que no comprendía cómo era capaz de entrevistarse con tantas personas en el espacio de unas pocas horas.
"Usted", le decía el Gobernador, "ha despachado a todos sus visitantes cuando llega la hora de cenar, mientras que a mí me suelen dar las tantas en mi despacho..."
"Sí", le dijo Colidge. "Eso le pasa porque usted habla."
El diálogo es el alma de toda relación. Desgraciadamente, los obstáculos al diálogo son muchos, pero son pocos los que los superan.
Habríamos dado un gran paso si, ante todo, habláramos menos y escucháramos más...
El Presidente Theodore Roosevelt sentía verdadera pasión por la caza mayor y, cuando supo que un famoso cazador inglés estaba en los Estados Unidos, le invitó a la Casa Blanca con la esperanza de que le revelara algunos de sus secretos cinegéticos.
Tras permanecer reunidos ellos dos solos durante dos horas, sin que nadie les molestara, el inglés salió un tanto aturdido.
"¿Qué le ha dicho usted al Presidente?", le preguntó un periodista.
"Le he dicho mi nombre", respondió el visitante, completamente exhausto.