Cuando Calvin Coolidge era Presidente de los Estados Unidos, tenía que ver cada día a docenas de personas, la mayoría de las cuales le presentaban quejas de uno u otro tipo.
Un día, una de esas personas, concretamente un Gobernador, le dijo al Presidente que no comprendía cómo era capaz de entrevistarse con tantas personas en el espacio de unas pocas horas.
"Usted", le decía el Gobernador, "ha despachado a todos sus visitantes cuando llega la hora de cenar, mientras que a mí me suelen dar las tantas en mi despacho..."
"Sí", le dijo Colidge. "Eso le pasa porque usted habla."
Un día, una de esas personas, concretamente un Gobernador, le dijo al Presidente que no comprendía cómo era capaz de entrevistarse con tantas personas en el espacio de unas pocas horas.
"Usted", le decía el Gobernador, "ha despachado a todos sus visitantes cuando llega la hora de cenar, mientras que a mí me suelen dar las tantas en mi despacho..."
"Sí", le dijo Colidge. "Eso le pasa porque usted habla."
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