El anciano rabino se había quedado ciego y no podía leer ni ver los rostros de quienes acudían a visitarlo.
Un día le dijo un taumaturgo: "Confíate a mí, y yo te curaré de tu ceguera".
"No me hace ninguna falta", le respondió el rabino. "Puedo ver todo lo que necesito".
No todos los que tienen los ojos cerrados están dormidos.
Ni todos los que tienen los ojos abiertos pueden ver.
Un día le dijo un taumaturgo: "Confíate a mí, y yo te curaré de tu ceguera".
"No me hace ninguna falta", le respondió el rabino. "Puedo ver todo lo que necesito".
No todos los que tienen los ojos cerrados están dormidos.
Ni todos los que tienen los ojos abiertos pueden ver.
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