En su peregrinación a La Meca, un santo sufí comprobó con satisfacción que apenas había peregrinos en el lugar sagrado cuando él llegó: así podría practicar sus devociones sin agobios.
Una vez cumplidas las prácticas religiosas prescritas, se arrodilló, tocó el suelo con su frente y dijo: "¡Ala, no tengo más que un deseo en mi vida: concédeme la gracia de no ofenderte nunca más!"
Cuando el Todopoderoso lo oyó, rió estruendosamente y dijo: "Eso es lo que todos piden. Pero dime: si concediera a todos esa gracia, ¿a quién iba yo a perdonar?"
Cuando al pecador le recriminaron su desenvuelto modo de entrar en el templo, él replicó: "No hay una sola persona a la que el cielo no cubra ni hay nadie a quien el suelo no sostenga. ¿Y no es Dios la tierra y el cielo para todos nosotros?"
Una vez cumplidas las prácticas religiosas prescritas, se arrodilló, tocó el suelo con su frente y dijo: "¡Ala, no tengo más que un deseo en mi vida: concédeme la gracia de no ofenderte nunca más!"
Cuando el Todopoderoso lo oyó, rió estruendosamente y dijo: "Eso es lo que todos piden. Pero dime: si concediera a todos esa gracia, ¿a quién iba yo a perdonar?"
Cuando al pecador le recriminaron su desenvuelto modo de entrar en el templo, él replicó: "No hay una sola persona a la que el cielo no cubra ni hay nadie a quien el suelo no sostenga. ¿Y no es Dios la tierra y el cielo para todos nosotros?"
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