Federico Guillermo, que reinó en Prusia a comienzos del siglo XVIII, tenía fama de ser un hombre muy temperamental y poco amigo de formalidades y cumplidos. Solía pasar sin escolta por las calles de Berlín y, si se encontraba con alguien que le desagradaba -lo cual no era infrecuente-, no dudaba en usar su bastón contra la desventurada víctima.
No es extraño, por tanto que, cuando la gente le divisaba, se escabullera lo más discretamente posible. En cierta ocasión, yendo Federico por una calle -golpeando el suelo con su bastón, como de costumbre-, un berlinés tardó demasiado en percatarse de su presencia, y su intento de ocultarse en un portal resultó fallido.
"¡Eh tú!", dijo Federico, "¿adónde vas?"
El hombre se puso a temblar. "A esta casa, Majestad", respondió.
"¿Es tú casa?"
"No, Majestad".
"¿Es la casa de un amigo?"
"No, Majestad".
"Entonces, ¿por qué entras en ella?"
Al hombre le entró miedo de que el rey pudiera confundirle con un ladrón, y decidió decir la verdad: "Para evitar topar con su Majestad".
"¿Y por qué quieres evitar topar conmigo?"
"Porque tengo miedo de su Majestad".
Al oír aquello, Federico Guillermo se puso rojo de furia, agarró al pobre hombre por los hombros, lo sacudió violentamente y le gritó: "¿Cómo te atreves a tener miedo de mí? ¡Yo soy tu soberano, y se supone que tienes que amarme! ¡Ámame, desgraciado! ¡Te ordeno que me ames!
No es extraño, por tanto que, cuando la gente le divisaba, se escabullera lo más discretamente posible. En cierta ocasión, yendo Federico por una calle -golpeando el suelo con su bastón, como de costumbre-, un berlinés tardó demasiado en percatarse de su presencia, y su intento de ocultarse en un portal resultó fallido.
"¡Eh tú!", dijo Federico, "¿adónde vas?"
El hombre se puso a temblar. "A esta casa, Majestad", respondió.
"¿Es tú casa?"
"No, Majestad".
"¿Es la casa de un amigo?"
"No, Majestad".
"Entonces, ¿por qué entras en ella?"
Al hombre le entró miedo de que el rey pudiera confundirle con un ladrón, y decidió decir la verdad: "Para evitar topar con su Majestad".
"¿Y por qué quieres evitar topar conmigo?"
"Porque tengo miedo de su Majestad".
Al oír aquello, Federico Guillermo se puso rojo de furia, agarró al pobre hombre por los hombros, lo sacudió violentamente y le gritó: "¿Cómo te atreves a tener miedo de mí? ¡Yo soy tu soberano, y se supone que tienes que amarme! ¡Ámame, desgraciado! ¡Te ordeno que me ames!
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