Una iglesia, o una sinagoga, necesita recaudar dinero para sobrevivir. Pues bien, érase una vez una sinagoga judía en la que no hacían colecta entre los fieles, como suele hacerse en las iglesias cristianas. Su método para recaudar fondos consistía en vender entradas para obtener asiento en las festividades solemnes, que era cuando mayor asistencia había y la gente se mostraba más generosa.
Una de esas fiestas, llegó un muchacho a la sinagoga en busca de su padre, pero los conserjes no le permitían entrar, porque no tenía entrada.
"Por favor", dijo el muchacho, "se trata de un asunto muy importante..."
"Eso es lo que dicen todos", replicó impasible el conserje.
El chico se desesperó y comenzó a suplicar: "Por favor, señor, déjeme entrar... Es cuestión de vida o muerte... Sólo tardaré un minuto..."
El chico se desesperó y comenzó a suplicar: "Por favor, señor, déjeme entrar... Es cuestión de vida o muerte... Sólo tardaré un minuto..."
Al fin, el conserje se ablandó: "Está bien; si es tan importante, de acuerdo... Pero ¡que no te pille yo rezando!"
Desgraciadamente, la religión organizada tiene sus limitaciones.
Un pecador público fue excomulgado y se le prohibió entrar en la iglesia.
Entonces le presentó sus quejas a Dios: "No quieren dejarme entrar, Señor, porque soy un pecador..."
"¿Y de qué te quejas?", le dijo Dios. "Tampoco a mí me dejan entrar".
En su autobiografía, el Mahatma Gandhi cuenta cómo, durante sus tiempos de estudiante en Sudáfrica, le interesó profundamente la Biblia, en especial el Sermón del Monte.
Llegó a convencerse de que el cristianismo era la respuesta al sistema de castas que durante siglos había padecido la India, y consideró muy seriamente la posibilidad de hacerse cristiano.
Un día quiso entrar en una iglesia para oír misa e instruirse, pero le detuvieron a la entrada y, con mucha suavidad, le dijeron que, si deseaba oír misa, sería bien recibido en una iglesia reservada a los negros.
Desisitió de su idea y no volvió a intentarlo.
Un cazador mandó a su perro a buscar algo que se movía entre los árboles. El perro hizo salir de allí a un zorro y lo acosó hasta que estuvo en situación de ser alcanzado por las balas del cazador.
El zorro, agonizante, le dijo al perro: "¿Nunca te dijeron que el zorro es hermano del perro?"
"Por supuesto que sí", respondió el perro. "Pero eso es para los idealistas y para los estúpidos. Para los que somos prácticos, la fraternidad es producto de la coincidencia de intereses".
Le dijo un cristiano a un budista: "En realidad, podríamos ser hermanos. Pero eso es para los idealistas y para los estúpidos. Para los que somos prácticos, la fraternidad radica en la coincidencia de creencias".
Por desgracia, la mayoría de las personas poseen la religión suficiente para odiar, pero no lo bastante como para amar.
En la ciudad irlandesa de Belfast, un sacerdote católico, un pastor protestante y un rabino judío se enzarzaron en una acalorada discusión teológica. De pronto se apareció un ángel en medio de ellos y les dijo: "Dios os envía sus bendiciones. Formulad cada uno un deseo de paz, y será satisfecho por el Todopoderoso".
Y el pastor dijo: "Que desaparezcan todos los católicos de nuestra hermosa isla, y reinará la paz".
Luego dijo el sacerdote: "Que no quede un solo protestante en nuestro sagrado suelo irlandés, y vendrá la paz a nuestra isla".
"¿Y qué dices tú, rabino?", le preguntó el ángel, "¿No tienen ningún deseo?"
"No", respondió el rabino. "Me conformo con que se cumplan los deseos de estos dos caballeros".
El niño: "¿Eres presbiteriana?"
La niña: "No. Pertenecemos a distintas abominaciones".
El rabino Abrahán había llevado una vida ejemplar. Y cuando le llegó la hora, dejó este mundo rodeado de la veneración y el afecto de su congregación, que había llegado a considerarle como un santo y como la principal causa de todas las bendiciones que todos ellos habían recibido de Dios.
Y algo parecido sucedía en "la otra orilla", donde los ángeles salieron a recibirlo con exclamaciones de alabanza. Pero, en medio de todo aquel regocijo, el rabino, que parecía un tanto afligido y como retraído, conservó la calma y se negó a ser agasajado. Finalmente, lo condujeron ante el Tribunal, donde se sintió rodeado de una infinita y amorosa benevolencia y oyó una Voz que le decía con infinita ternura: "¿Qué es lo que te aflige, hijo mío?"
"Santo entre los santos", respondió el rabino, "yo soy indigno de todos los honores que aquí se me tributan. Aun cuando fuera considerado como un ejemplo para la gente, tiene que haber algo malo en mi vida, porque mi único hijo, a pesar de mi ejemplo y de mis enseñanzas, ha abandonado nuestra fe y se ha hecho cristiano".
"Eso no debe inquietarte, hijo mío. Yo comprendo perfectamente cómo te sientes, porque tengo un hijo que hizo exactamente lo mismo".
Cuando la Hermana preguntó a los niños en clase qué querían ser cuando fuesen mayores, el pequeño Tommy dijo que quería ser piloto. Elsie respondió que quería ser médico. Bobby, para satisfacción de la Hermana, afirmó que quería ser sacerdote. Al fin, se levantó Mary y dijo que quería ser prostituta.
"¿Qué has dicho, Mary? ¿Querrías repetirlo?"
"Cuando sea mayor", dijo Mary con ese aspecto de quien sabe exactamente lo que quiere, "seré una prostituta".
La Hermana se quedó viendo visiones. Inmediatamente Mary fue separada del resto de los niños y enviada al capellán.
Al capellán le ha´bian explicado los hechos a grandes líneas, pero quería comprobarlos personalmente. "Mary", le dijo a la niña, "dime con tus propias palabras lo que ha ocurrido".
"Bueno", dijo Mary, un tanto desconcertada por todo aquel lío, "la Hermana me preguntó qué quer´´ia ser cuando fuera mayor, y yo le dije que quería ser una prostituta".
"¿Has dicho "prostituta"?, preguntó el capellán recalcando la última palabra.
"Sí".
"¡Cielos, qué alivio! ¡Todos habíamos creído que habías dicho que querías ser protestante!"
Un rey soñó que había visto a un rey en el paraíso y a un sacerdote en el infierno. Cuando estaba preguntándose cómo podía ser aquello, oyó una Voz que decía: "El rey está en el paraíso por haber respetado a los sacerdotes. El sacerdote está en el infierno por haber transigido con los reyes".
Una noche, un pescador entró a hurtadillas en el parque de un hombre rico y echó sus redes en el estanque lleno de peces. Pero el otro lo oyó y envió a sus guardias contra él.
Cuando vio que le andaban buscando por todas partes con antorchas encendidas, el pescador cubrió apresuradamente su cuerpo de cenizas y se sentó bajo un árbol, como hacen los santones en la India.
Los guardias, a pesar de buscar durante horas, no encontraron a ningún pescador furtivo. Lo único que vieron fue a un hombre cubierto de cenizas y sentado bajo un árbol, absorto en la meditación.
Al día siguiente se propaló por doquier el rumor de que un gran sabio había decidido establecer su residencia en el parque del hombre rico. La gente acudió en tropel, con flores y toda clase de comida, y hasta con montones de dinero, a presentarle sus respetos, porque existe la piadosa creencia de que los dones hechos a un hombre santo hacen que descienda sobre el donante la bendición de Dios.
El pescador, trocado en santo, quedó asombrado de su buena suerte. "Es más facil vivir de la fe de esta gente que del trabajo de mis manos", se dijo para sí. De manera que siguió meditando y no volvió jamás a trabajar.
Todos los filósofos, teólogos y doctores de la ley fueron reunidos en el tribunal para asistir al juicio del mullah Nasrudin, a quien se imputaba la grave acusación de haber ido de ciudad en ciudad diciendo: "Vuestros supuestos dirigentes religiosos son unos ignorantes y están confusos". De modo que le acusaron de hereje, lo cual estaba penado con la muerte.
"Puedes hablar tú el primero", le dijo el Califa.
El mullah estaba perfectamente tranquilo. "Ordena que traigan papel y pluma para escribir", dijo, "y que lo repartan entre los diez más hombres más sabios de esta augusta asamblea".
Y, para regocijo de Nasrudin, se organizó entre todos ellos una tremenda disputa acerca de quién era el más sabio de todos. Cuando la contienda concluyó y quedaron provistos de papel y pluma los diez elegidos, el mullah dijo: "Que cada uno de ellos escriba la respuesta a la siguiente pregunta: ¿DE QUÉ ESTÁ HECHA LA MATERIA?".
Las respuestas fueron escritas y entregadas al Califa, el cual las leyó. Uno decía: Está hecha de la nada". OTro: "De moléculas". Otro: "De energía". Y otros: "De luz". "No lo sé", "De esencia metafísica", etc.
Y Nasrudin dijo al Califa: "Cuando se pongan de acuerdo acerca de lo que es la materia, estarán en condiciones de juzgar asuntos del espíritu. Pero ¿no es extraño que no puedan ponerse de acuerdo en algo de lo que ellos mismos están hechos y, sin embargo, sean unánimes a la hora de decidir que yo soy un hereje?"
Lo que produce daño
no es la diversidad de nuestros dogmas,
sino nuestro dogmatismo.
Por eso, si cada uno de nosotros hiciera
aquello de lo que está firmemente persuadido
que es la voluntad de Dios,
el resultado sería el más absoluto caos.
La culpa la tiene la certeza.
La persona espiritual conoce la incertidumbre,
que es un estado de ánimo
desconocido para el fanático religioso.
Un predicador le dice a un amigo suyo: "Nuestra iglesia acaba de experimentar su mayor resurgimiento en muchos años".
"¿Cuántos se han apuntado?"
"Ninguno. Hemos perdido a quinientos".
¡Jesús habría aplaudido!
Por desgracia, la experiencia enseña que nuestras convicciones religiosas guardan tanta relación con nuestra santidad personal como el "esmoquin" de un hombre con su digestión.
Le contaron a un antiguo filósofo, muerto desde hacía muchos siglos, que sus representantes estaban desfigurando sus enseñanzas. Como era un hombre compasivo y amante de la verdad, se las arregló para que, tras muchos esfuerzos, le fuera concecido regresar a la tierra durante unos días.
Le llevó varias jornadas convencer de su identidad a sus sucesores. Y una vez despejadas las dudas, ellos no tardaron en perder todo interés en lo que él tenía que decir, y le pidieron que les revelara el secreto para regresar a la vida desde el sepulcro.
Él tuvo que hacer enormes esfuerzos para convencerles de que no tenía manera de hacerles partícipes de dicho secreto, y que era infinitimente más importante para el bien de la humanidad el que ellos le devolvieran a su doctrina su pureza original.
Pero todo fue en vano. Lo que ellos le arguyeron fue:
"¿No comprendes que lo importante no es lo que tú enseñaste, sino nuestra manera de interpretarlo? A fin de cuentas, tú no eres más que un ave de paso, mientras que nosotros estamos aquí de modo permanente".
Cuando Buda muere, nacen las escuelas.
Cuando te sigue un millón de personas, te preguntas en qué te habrás equivocado.
Un autor hebreo explica que los judíos no son proselitistas, sino que se exige a los rabinos que hagan tres distintos esfuerzos para desanimar a los posibles conversos.
La espiritualidad es para una "élite": no puede transigir en lo más mínimo para hacerse aceptable; por eso no es del agrado de las masas, que quieren jarabe, no medicina. En cierta ocasión, cuando le seguían grandes multitudes, Jesús les dijo:
"¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? ¿O qué rey, si sale a enfrentarse con otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para llegar a un acuerdo. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo".
La gente no desea la verdad.
Desea promesas tranquilizadoras.
A un sabio hindú estaban leyéndole la Vida de Jesús.
Cuando supo cómo Jesús había sido rechazado por su propia gente en Nazaret, exclamó: "¡Un rabino cuya congregación no desee expulsarlo de la ciudad no es un rabino!"
Y cuando oyó como los sacerdotes condenaron a muerte a Jesús, suspiró y dijo: !¡Qué difícil le resulta a Satán engañar a todo el mundo...! Por eso escoge a destacados eclesiásticos en las diferentes partes del globo".
El lamento de un obispo: !Dondequiera que fue Jesús, hubo una revolución; dondequiera que voy yo, me sirven té!"
Al maestro le sorprendió escuchar un enorme follón cuando se dirigía a su patio. Le dijeron que uno de los causantes del altercado era un discípulo suyo, y él mandó que se lo trajeran y le preguntó cuál era la causa de todo aquel estrépito.
"Ha venido a visitarte una delegación de intelectuales, y yo les he dicho que tú no malgastas tu tiempo con personas que tienen la cabeza atiborrada de libros y de ideas, pero vacía de sabiduría, porque ésa es la clase de personas que, con su engreimiento, originan en todas partes los dogmas y las divisiones entre la gente".
El Maestro sonrió y musitó: "¡Qué verdad es ésa...! Pero dime: ¿no será tu propio engreimiento, al pretender ser diferente de los intelectuales, la causa de ese conflicto y de esta división?"
La obra estaba en plena representación en el teatro del pueblo cuando, de pronto, cayó el telón y salió al proscenio el director.
"Señoras y señores", dijo, "me apena profundamente tener que decirles que el protagonista, nuestro queridísimo alcalde, acaba de sufrir un fatal atque al corazón en su camerino. Por tanto, nos vemos obligados a suspender la representación".
Al escuchar aquello, una corpulenta mujer de media edad que se encontraba en la primera fila se levantó y gritó agitadísima: "¡Rápido! ¡Que le den caldo de pollo!"
"Señora", dijo el director, "el ataque ha sido faltal!. ¡El alcalde ha muerto!"
"¡Entonces, que se lo den enseguida!"
El director estaba que mordía: "Señora", suplicó, "¿quiere usted decirme qué bien puede hacerle a un hombre muerto un caldo de pollo?"
"¿Y qué mal puede hacerle?", gritó ella.
El caldo de pollo es para los muertos
lo que la religión es para los inconscientes,
cuyo número, por desgracia, es infinito.
En un restaurante chino hay un grupo de amigos disfrutando de la música que interpreta un conjunto. De pronto, un solista empieza a tocar una pieza que les resulta conocida; todos reconocen la melodía, pero ninguno puede recordar su nombre. Entonces llaman por señasl al caramero y le piden que averigüe qué es lo que está tocando el intérprete. El camarero se dirige adonde están los músicos y, al poco rato, regresa con el rostro iluminado por una sonrisa de triunfo y cuchichea ruidosamente: "¡El violín!"
¡La aportación del intelectual a la espiritualidad!
Un día que soplaba un fortísimo viento, saltó un paracaidista del avión y fue arrastrado a más de cien millas de su objetivo, con la mala suerte de que su paracaídas quedó enredado en un árbol, del que estuvo colgadndo y pidiendo socorro durante horas, sin saber siquiera dónde estaba.
Al fin pasó alguien por allí y le preguntó: "¿Qué haces subido en ese árbol?"
El paracaidista le contó lo ocurrido, y luego le preguntó: "¿Puedes decirme dónde estoy?"
"En un árbol", le respondió el otro.
"¡Oye, tú debes de ser clérigo...!"
El otro quedó sorprendido. "Sí, lo soy. ¿Cómo lo has sabido?"
"Porque lo que dices es verdad, pero no sirve para nada".
Dice el poeta Kabir:
¿De qué le sirve al sabio abstraerse en el estudio detallado de palabras sobre esto y lo de más allá, si su pecho no está empapado de amor?
¿De qué le sirve al asceta vestirse con vistosos ropajes, si en su interior no hay colorido?
¿De qué te sirve limpiar tu comportamiento ético hasta sacarle brillo, si no hay música dentro de ti?
El discípulo: "¿Cuál es la diferencia entre el conocimiento y la iluminación?"
El maestro: "Cuando posees el conocimiento, empleas una antorcha para mostrar el camino. Cuando posees la iluminación, te conviertes tú mismo en antorcha".
Un guru prometió a un discípulo que había de revelarle algo mucho más importante que todo cuanto contienen las escrituras.
Cuando el discípulo, tremendamente impaciente, le pidió que cumpliera su promesa, el guru le dijo: "Sal afuera, bajo la lluvia, y quédate con los brazos y la cabeza alzados hacia el cielo. Eso te propocionará tu primera revelación".
Al día siguiente, el discípulo acudió a informarle: "Seguí tu consejo y me calé hasta los huesos... Y me sentí como un perfecto imbécil".
"Bueno", dijo el guru, "para ser el primer día, es toda una revelación, ¿no crees?"
Todos los días se podía ver meditando pacíficamente a un anciano monje, sentado en el rincón de una biblioteca japonesa.
"No lee usted nunca los sutras...", le dijo el bibliotecario.
"Nunca aprendí a leer", respondió el monje.
"¡Qué desgracia! Un monje como usted debería saber leer... ¿Quiere usted que le enseñe yo?"
"Sí", dijo el monje. Y apuntándose al pecho con un dedo, añadió: "Dígame qué significa este carácter".
¿Por qué encender una antorcha
cuando el sol brilla en el cielo?
¿Por qué regar la tierra
cuando la lluvia cae a cántaros?
Un niño en clase de geografía: "La longitud y la latitud sirven para que, cuando estás ahogándote, puedas llamar diciendo en qué longitud y latitud estás y vengan a salvarte".
Como hay una palabra para designar la sabiduría,
la gente cree saber lo que es la sabiduría.
Pero nadie llega a ser un astrónomo
por haber comprendido el significado
de la palabra "astronomía".
No por mantener el termómetro elevado
a base de echarle el aliento
vas a calentar la habitación.
Un "buscador" le preguntó al sufí Jalaluddin Rumi si el Corán era un buen libro para leer.
Y le respondió: "Más bien deberías preguntarte a ti mismo si estás en condiciones de sacar provecho de él".
Un místico cristiano solía decir de la Biblia: "Por muy útil que sea una minuta, no sirve para comer".
Uno de los más renombrados sabios de la antigua India fue Svetaketu, el cual obtuvo su sabiduría del siguiente modo: cuando no tenía más que siete años, su padre le envió a estudiar los Vedas. A fuerza de aplicación y de inteligencia, el muchacho eclipsó a todos sus condiscípulos, hasta el punto de que, con el tiempo, fue considerado el mayor experto viviente en las Escritura... cuando apenas había dejado atrás su juventud.
De vuelta a casa, su padre, para poner a prueba el talento de su hijo, le hizo esta pregunta: "¿Has aprendido lo que, una vez aprendido, hace que ya no sea necesario aprender más? ¿Has descubierto lo que, una vez descubierto, hace que cese todo sufrimiento? ¿Has conseguido saber lo que no puede ser enseñado?"
"No", respondió Svetaketu.
"Entonces", dijo su padre, "lo que has aprendido en todos estos años no sirve para nada, hijo mío".
A Svetaketu le impresionó tanto la verdad de las palabras de su padre que se puso desde entonces a descubrir, a través del silencio, la sabiduría que no puede expresarse con palabras.
Cuando se seca el estanque y se quedan los peces sin una gota de agua, no basta con echarles el aliento o tratar de humedecerlos con saliva: hay que tomarlos y echarlos al lago.
No trates de animar a las personas con doctrinas; devuélvelas a la realidad. Porque el secreto de la vida hay que encontrarlo en la vida misma, no en las doctrinas sobre ella.
Érase una vez un hombre sumamente estúpido que, cuando se levantaba por las mañanas, tardaba tanto tiempo en encontrar su ropa que por las noches casi no se atrevía a acostarse, sólo de pensar en lo que le aguardaba cuando despertara.
Una noche tomó papel y lápiz y, a medida que se desnudaba, iba anotando el nombre de cada prenda y el lugar exacto en que la dejaba. A la mañana siguiente sacó el papel y leyó: "calzoncillos"... y allí estaban. Se los puso. "Camisa"... allí estaba. Se la puso también. "Sombrero"... allí estaba. Y se lo encasquetó en la cabeza.
Estaba verdaderamente encantado... hasta que le asaltó un horrible pensamiento: "Y yo... ¿Dónde estoy yo?" Había olvidado anotarlo. De modo que se puso a buscar y a buscar... pero en vano. No pudo encontrarse a sí mismo.
¿Y qué pasa con los que dicen:
"Estoy leyendo este libro
para averiguar quién soy"?
La gente se alimenta de palabras
y vive de palabras,
y estaría perdida sin ellas.
Un mendigo le tiró del manga a un transeúnte y le pidió dinero para una taza de café. Y esto fue lo que le contó:
"Hubo un tiempo, señor, en que yo era un próspero hombre de negocios, exactamente igual que usted. Trabajar sin parar día y noche. Y sobre la mesa de mi despacho tenía un pequeño cartel con un lema: "PIENSA CREATIVAMENTE, ACTÚA DECIDIDAMENTE, VIVE PELIGROSAMENTE". Y mientras mi vida se rigió por aquel lema, el dinero me entraba a raudales. Pero luego... luego... (los sollozos hacían estremecerse la figura del mendigo) ...la mujer de la limpieza arrojó el cartel a la basura".
Cuando barras el atrio del templo,
no te pares a leer los viejos periódicos.
Cuando limpies tu corazón,
no te pares a jugar con las palabras.
Las palabras (y los conceptos) son indicios,
no reflejo, de la realidad.
Pero, como dicen los místicos orientales,
"Cuando el Sabio señala la luna,
el idiota no ve más que el dedo".
Un borracho iba una noche tambaleándose por un puente cuando tropezó con un amigo. Se apoyaron en la barandilla y estuvieron charlando un rato.
"¿Qué es eso que hay allí abajo?", preguntó de pronto el borracho.
"Es la luna", le respondió su amigo.
El borracho volvió a mirar, asintió incrédulo con la cabeza y dijo: "Sí, pero ¿cómo demonios ha llegado ahí?"
Casi nunca vemos la realidad.
Lo que vemos es un reflejo de la misma
en forma de palabras y conceptos
que en seguida confundimos con la realidad.
El mundo en el que vivimos
es, en su mayor parte, una construcción mental.
Una noche, estaba el poeta Awhadi de Kerman sentado en el porche de su casa e inclinado sobre un cuenco de barro. Pasó por allí el sufi Shams-e Tabrizi y le preguntó: "¿Qué estás haciendo?"
"Contemplando la luna en una taza de agua", le respondió.
"A no ser que te hayas roto el cuello, ¿por qué no miras directamente a la luna en el cielo?"
Las palabras son un reflejo imperfecto de la realidad. Un hombre creía saber cómo era el Taj Mahal porque había visto un trozo de mármol y alguien le dijo que el Taj Mahal no era más que un montón de piezas como aquélla. Y otro hombre estaba convencido de que, como había visto agua del Niágara en un cubo, sabía cómo eran las cataratas.
"¡Tiene usted un niño precioso!"
"Esto no es nada. Debería usted verle en fotografía".
Un viajero caminaba un día por la carretera cuando pasó junto a él como un rayo un caballo montado por un hombre de mirada torva y con sangre en las manos.
Al cabo de unos minutos llegó un grupo de jinetes y le preguntaron si había visto pasar a alguien con sangre en las manos.
"¿Quién es él?", preguntó el viajante.
"Un malhechor", djo el cabecilla del grupo.
"¿Y lo perseguís para llevarlo ante la justicia?"
"No. Lo perseguimos para enseñarle el camino".
Sólo la reconciliación salvará al mundo,
no la justicia,
que suele ser una forma de venganza.