He aquí una parábola que el Señor Buda contó a sus discípulos:
Un hombre topó en el campo con un tigre. El tigre se lanzó a por él, y el hombre salió huyendo. En su huida, llegó a un precipicio, dio un traspié y comenzó a caer. Mientras se precipitaba hacia abajo, alargó su brazo y logró agarrarse a un pequeño arbusto de fresas silvestres que crecía en la pared del precipicio.
Allí estuvo colgado durante unos interminables minutos, con el feroz y hambriento tigre unos metros por encima de su cabeza y el profundo abismo a sus pies, adonde no tardaría en ir a parar y donde habría de encontrar la muerte.
De pronto, divisó una suculenta fresa que crecía en el arbusto y, agarrándose a éste con una sola mano, tomó la fresa con la otra y se la llevó a la boca. ¡Nunca en toda su vida había probado una fresa tan dulce!
A quien ha encontrado la iluminación, la conciencia de la muerte le hace degustar la dulzura de la vida.
Un hombre topó en el campo con un tigre. El tigre se lanzó a por él, y el hombre salió huyendo. En su huida, llegó a un precipicio, dio un traspié y comenzó a caer. Mientras se precipitaba hacia abajo, alargó su brazo y logró agarrarse a un pequeño arbusto de fresas silvestres que crecía en la pared del precipicio.
Allí estuvo colgado durante unos interminables minutos, con el feroz y hambriento tigre unos metros por encima de su cabeza y el profundo abismo a sus pies, adonde no tardaría en ir a parar y donde habría de encontrar la muerte.
De pronto, divisó una suculenta fresa que crecía en el arbusto y, agarrándose a éste con una sola mano, tomó la fresa con la otra y se la llevó a la boca. ¡Nunca en toda su vida había probado una fresa tan dulce!
A quien ha encontrado la iluminación, la conciencia de la muerte le hace degustar la dulzura de la vida.
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