Tajima no Kami era maestro de esgrima en la casa del Shogun.
Un miembro de la guardia personal del Shogun acudió a él un día pidiéndole que le adiestrara en el manejo de la espada.
"Te he observado con detenimiento", le dijo Tajima no Kami, "y me ha parecido que eres un auténtico maestro en ese arte. Antes de tomarte como discípulo, quisiera saber con qué maestro has estudiado."
"Jamás he estudiado con nadie el arte de la esgrima", le respondió el otro.
"No puedes engañarme", dijo el maestro. "Tengo un ojo muy perspicaz que nunca me falla."
"No pretendo contradeciros, excelencia", dijo el guardia, "pero la verdad es que no sé una palabra de esgrima."
El maestro le obligó a cruzar la espada con él durante unos minutos; luego se detuvo y le dijo: "Puesto que tú dices que nunca has aprendido este arte, yo acepto tu palabra y te creo. Pero lo cierto es que te bates como un maestro. Háblame de ti."
"Sólo hay una cosa que pueda deciros", dijo el miembro de la guardia. "Cuando era niño, un samurai me dijo que un hombre no debía jamás temer a la muerte. Por eso me he debatido con el problema de la muerte hasta que ésta dejó de producirme la más mínima inquietud."
"¡De modo que era eso...!, exclamó Tajima no Kami. "El secreto último de la esgrima consiste en estar libre del miedo a la muerte. Tú no necesitas adiestrarte: eres maestro de pleno derecho."
Los que no han alcanzado la iluminación siempre están angustiados. Son como el que cae al agua y no sabe nadar: se asusta, y por eso se hunde, y por eso se esfuerza por mantenerse a flote, y por eso se hunde cada vez más. Si perdiera el miedo y dejara que su cuerpo se hundiera libremente, éste retornaría a la superficie por sí solo.
Un hombre cayó al río en pleno ataque epiléptico. Cuando volvió en sí, le sorprendió verse tendido en la orilla. El mismo ataque que le había arrojado al río le había salvado la vida, al alejar de él el miedo a morir ahogado. Eso es la iluminación.
Un miembro de la guardia personal del Shogun acudió a él un día pidiéndole que le adiestrara en el manejo de la espada.
"Te he observado con detenimiento", le dijo Tajima no Kami, "y me ha parecido que eres un auténtico maestro en ese arte. Antes de tomarte como discípulo, quisiera saber con qué maestro has estudiado."
"Jamás he estudiado con nadie el arte de la esgrima", le respondió el otro.
"No puedes engañarme", dijo el maestro. "Tengo un ojo muy perspicaz que nunca me falla."
"No pretendo contradeciros, excelencia", dijo el guardia, "pero la verdad es que no sé una palabra de esgrima."
El maestro le obligó a cruzar la espada con él durante unos minutos; luego se detuvo y le dijo: "Puesto que tú dices que nunca has aprendido este arte, yo acepto tu palabra y te creo. Pero lo cierto es que te bates como un maestro. Háblame de ti."
"Sólo hay una cosa que pueda deciros", dijo el miembro de la guardia. "Cuando era niño, un samurai me dijo que un hombre no debía jamás temer a la muerte. Por eso me he debatido con el problema de la muerte hasta que ésta dejó de producirme la más mínima inquietud."
"¡De modo que era eso...!, exclamó Tajima no Kami. "El secreto último de la esgrima consiste en estar libre del miedo a la muerte. Tú no necesitas adiestrarte: eres maestro de pleno derecho."
Los que no han alcanzado la iluminación siempre están angustiados. Son como el que cae al agua y no sabe nadar: se asusta, y por eso se hunde, y por eso se esfuerza por mantenerse a flote, y por eso se hunde cada vez más. Si perdiera el miedo y dejara que su cuerpo se hundiera libremente, éste retornaría a la superficie por sí solo.
Un hombre cayó al río en pleno ataque epiléptico. Cuando volvió en sí, le sorprendió verse tendido en la orilla. El mismo ataque que le había arrojado al río le había salvado la vida, al alejar de él el miedo a morir ahogado. Eso es la iluminación.
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