No hay otro mundo más que éste.
Pero hay dos formas de mirarlo.
En la antigua India había un rey, llamado Janaka, que además era un sabio. Un día, estaba Janaka durmiendo la siesta en su cama cubierta de flores, mientras sus sirvientes le abanicaban y sus soldados montaban guardia ante su puerta. Cuando estaba quedándose dormido, tuvo un sueño en el que un rey vecino le derrotaba en una batalla, le hacía prisionero y le torturaba. En el momento en que la tortura iba a comenzar, Janaka se despertó sobresaltado y se vio en su lecho de flores, con los sirvientes abanicándose y lo soldados haciendo guardia.
Volvió a quedarse dormido y a tener el mismo sueño, y nuevamente se despertó y comprobó que estaba confortablemente a salvo en su palacio.
Entonces comenzó un pensamiento a rondar insistentemente la cabeza de Janaka: mientras estaba dormido, el mundo de sus sueños le había parecido perfectamente real; y ahora que estaba despierto, le parecía igualmente real el mundo de sus sentidos. Quería saber cuál de aquellos mundos era el verdaderamente real.
Ninguno de los filósofos, sabios y videntes a los que consultó fue capaz de darle una respuesta. Y estuvo muchos años buscándola inútilmente, hasta que un día llamó a la puerta de su palacio un hombre llamado "Ashtavakra", que significa "totalmente deforme", o "encorvado", y que precisamente llevaba ese nombre porque era así de nacimiento.
Al principio, el rey era un tanto reacio a tomarse en serio a aquel hombre: "¿Cómo puede un hombre tan deforme como tú poseer la sabiduría que les ha sido denegada a mis videntes y a mis sabios?", le preguntó.
"Desde mi más tierna infancia", le replicó Ashtavakra, "se me han cerrado todos los caminos; por eso he seguido ávidamente la senda de la sabiduría."
"Habla, pues", dijo el rey.
Y he aquí lo que dijo Ashtavakra: "Oh, rey, ni el estado de vigilia ni el estado de sueño son reales. Cuando estás despierto, el mundo de los sueños no existe; y cuando duermes, lo que no existe es el mundo de los sentidos. Por eso ninguno de ellos es real."
"Pero, si tanto el estado de vigilia como el estado de sueño son irreales, entonces ¿qué es real?", preguntó el rey.
"Hay un estado además de esos dos. Descúbrelo. Es el único real."
Los que no han alcanzado la iluminación se consideran despiertos y, en su locura, llaman buenas a unas personas y malas a otras, alegres a unos acontecimientos y tristres a otros.
Los verdaderamente despiertos ya no están a merced de la vida y la muerte, del crecimiento y la decadencia, del éxito y el fracaso, de la pobreza y la riqueza, del honor y el deshonor. Para ellos, ni siquiera el hambre, la sed, el calor y el frío, que experimentan como algo transitorio en el río de la vida, duran indefinidamente. Han llegado a darse cuenta de que nunca es necesario cambiar lo que ven, sino tan sólo la forma en que lo ven.
Y así llegan a asumir la cualidad del agua, que es suave y manejable y, a la vez, de una fuerza irresistible: que no se esfuerza y, sin embargo, beneficia a todos los seres. Gracias a su acción desinteresada, otros son transformados; gracias a su desprendimiento, el mundo entero prospera; gracias a su ausencia de codicia, otros no sufren daño alguno.
El agua es extraída del río para regar los campos. Al agua le da absolutamente lo mismo estar presente en el río o en los campos. Así es como los que han alcanzado la iluminación actúan y viven apacible e intensamente de acuerdo con su destino.
Son ellos los únicos que se convierten en los enemigos implacables de la sociedad, la cual odia la flexibilidad y ama la reglamentación, el orden y la rutina, la ortodoxia y la conformidad.
Pero hay dos formas de mirarlo.
En la antigua India había un rey, llamado Janaka, que además era un sabio. Un día, estaba Janaka durmiendo la siesta en su cama cubierta de flores, mientras sus sirvientes le abanicaban y sus soldados montaban guardia ante su puerta. Cuando estaba quedándose dormido, tuvo un sueño en el que un rey vecino le derrotaba en una batalla, le hacía prisionero y le torturaba. En el momento en que la tortura iba a comenzar, Janaka se despertó sobresaltado y se vio en su lecho de flores, con los sirvientes abanicándose y lo soldados haciendo guardia.
Volvió a quedarse dormido y a tener el mismo sueño, y nuevamente se despertó y comprobó que estaba confortablemente a salvo en su palacio.
Entonces comenzó un pensamiento a rondar insistentemente la cabeza de Janaka: mientras estaba dormido, el mundo de sus sueños le había parecido perfectamente real; y ahora que estaba despierto, le parecía igualmente real el mundo de sus sentidos. Quería saber cuál de aquellos mundos era el verdaderamente real.
Ninguno de los filósofos, sabios y videntes a los que consultó fue capaz de darle una respuesta. Y estuvo muchos años buscándola inútilmente, hasta que un día llamó a la puerta de su palacio un hombre llamado "Ashtavakra", que significa "totalmente deforme", o "encorvado", y que precisamente llevaba ese nombre porque era así de nacimiento.
Al principio, el rey era un tanto reacio a tomarse en serio a aquel hombre: "¿Cómo puede un hombre tan deforme como tú poseer la sabiduría que les ha sido denegada a mis videntes y a mis sabios?", le preguntó.
"Desde mi más tierna infancia", le replicó Ashtavakra, "se me han cerrado todos los caminos; por eso he seguido ávidamente la senda de la sabiduría."
"Habla, pues", dijo el rey.
Y he aquí lo que dijo Ashtavakra: "Oh, rey, ni el estado de vigilia ni el estado de sueño son reales. Cuando estás despierto, el mundo de los sueños no existe; y cuando duermes, lo que no existe es el mundo de los sentidos. Por eso ninguno de ellos es real."
"Pero, si tanto el estado de vigilia como el estado de sueño son irreales, entonces ¿qué es real?", preguntó el rey.
"Hay un estado además de esos dos. Descúbrelo. Es el único real."
Los que no han alcanzado la iluminación se consideran despiertos y, en su locura, llaman buenas a unas personas y malas a otras, alegres a unos acontecimientos y tristres a otros.
Los verdaderamente despiertos ya no están a merced de la vida y la muerte, del crecimiento y la decadencia, del éxito y el fracaso, de la pobreza y la riqueza, del honor y el deshonor. Para ellos, ni siquiera el hambre, la sed, el calor y el frío, que experimentan como algo transitorio en el río de la vida, duran indefinidamente. Han llegado a darse cuenta de que nunca es necesario cambiar lo que ven, sino tan sólo la forma en que lo ven.
Y así llegan a asumir la cualidad del agua, que es suave y manejable y, a la vez, de una fuerza irresistible: que no se esfuerza y, sin embargo, beneficia a todos los seres. Gracias a su acción desinteresada, otros son transformados; gracias a su desprendimiento, el mundo entero prospera; gracias a su ausencia de codicia, otros no sufren daño alguno.
El agua es extraída del río para regar los campos. Al agua le da absolutamente lo mismo estar presente en el río o en los campos. Así es como los que han alcanzado la iluminación actúan y viven apacible e intensamente de acuerdo con su destino.
Son ellos los únicos que se convierten en los enemigos implacables de la sociedad, la cual odia la flexibilidad y ama la reglamentación, el orden y la rutina, la ortodoxia y la conformidad.
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